El otro día fui a visitar a unos amigos a los que hacía tiempo que no veía. El trabajo, la familia y las obligaciones hacen que a veces no podamos dedicarles el tiempo que quisiéramos a nuestras amistades.
Estuvimos en su casa y nos sorprendieron con una paella de verduras que estaba deliciosa. Cuando estábamos en la mesa reparé en que el plato de su hijo solo había arroz, no tenía ni un solo trozo de verdura, entonces le dije al niño: ¿qué le pasa a tu plato que tiene tan pocos colores? Y contestó de una forma que me dejó sin palabras: “no me gusta lo verde”.
Y es cierto, a la mayoría de niños no les gusta “lo verde”. Pero ¿por qué pasa esto? Cuando nos pusimos a darle vueltas a este tema, encontramos que existen diferentes estudios y teorías de porque los seres humanos rechazamos determinados colores. Así como el color azul es un color que trasmite calma, asociado al cielo o al mar. Con el verde que está asociado a la naturaleza y a las plantas tenemos una reacción instintiva. Antiguamente, si pensamos en las civilizaciones de cazadores-recolectores era necesario diagnosticar los alimentos y determinar si los vegetales estaban en buen estado o si por el contrario suponían alguna planta venenosa. Por lo que estos primeros Homo Sapiens desarrollaron la capacidad de selección y rechazo del color verde que sin saber porque hemos heredado.
Actualmente este rechazo ya no es tan necesario. Aunque sigue siendo algo natural que desde pequeños no nos sintamos atraídos por verduras de color verde como el brócoli, las judías o el pimiento. Por ello, es muy importante que desde el plano adulto hagamos todo lo posible para que los niños tengan una dieta lo más saludable posible y educar estos hábitos alimentarios. De nosotros depende ser su ejemplo y desarrollar su pasión vegetal. ¡Animo con el reto!
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